sábado, 26 de febrero de 2011

Jazzuela Le jazz dans Marelle

De Julio Cortázar

Recopilación de los temas mencionados en Rayuela.

Tracklist:
CAPÍTULO 10
1. Frank Trumbauer And His Orchestra - "I'm coming Virginia"
2. Bix Beiderbecke And His Gang - "Jazz me blues"

CAPÍTULO 11
3. Kansas City Six - "Four o'clock drag"
4. Lionel Hampton & His Orchestra - "Save it pretty Mamma"

CAPÍTULO 12
5. Coleman Hawkins - "Body and soul"
6. Dizzi Gilespie And His Orchestra - "Good bait"
7. Bessie Smith - "Baby doll"

CAPÍTULO 13
8. Bessie Smith - "Empty bed blues"
9. Louis Amstrong And His Orchestra - "Don't you play me cheap"
10. Louis Amstrong's All Stars - "Yellow dog blues"

CAPÍTULO 14
11. Louis Amstrong's All Stars - "Mahogany hall stomp"

CAPÍTULO 15
12. Big Bill Broonzy - "See see rider"
13. The Chocolate Dandies - "Blue interlude"
14. Champion Jack Dupree - "Junker's blues"

CAPÍTULO 16
15. Big Bill Broonzy - "Get back"
16. Duke Hellington And His Orchestra - "Hot and bothered"
17. Duke Hellington And His Orchestra - "It don't mean a thing"

CAPÍTULO 17
18. Earl Hines - "I ain't got nobody"
19. Jelly Roll Morton - "Mamie's blues"

CAPÍTULO 18
20.
Warning's Pennsylvanians - "Stack O'Lee blues"
21. Tenderly - "Oscar's blues"


"Sucede además que por el jazz salgo siempre a lo abierto, me libro del cangrejo de lo idéntico para ganar esponja y simultaneidad porosa." 

viernes, 25 de febrero de 2011

“Soy pintor y clavo mis cuadros”.

Kurt Schwitters (1887-1948)

El otro día me acordé de esto: 



Kurt Schwitters durante una interpretación de su Ursonate, fotografías de Ernst Schwitters
 Explicación de la Ursonate.

Eso es todo.

Claro que no, vuelvan por más.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Osvaldo Lamborghini

"El 24 de Marzo de 1976, yo, que era loco, homosexual, marxista, drogadicto y alcohólico, me volví loco, homosexual, marxista, drogadicto y alcohólico."  O. L.

martes, 15 de febrero de 2011

Por qué nos pasa lo que nos pasa

Por Martín Kohan | 12.02.2011 | Columnistas Diario Perfil

Si me tiran, ¿tiro? En mí esta cuestión tan radical cobra la forma de una pregunta. Sé bien que, por el contrario, al proferirla en estos días el ex coronel Aldo Rico lo hizo aseverando la idea: “Si me tiran, tiro”. Pero en mí la interrogación se impone, tan sólo me lo puedo preguntar. Ya sabemos, Rico no duda; en cambio yo, profesor de literatura apenas, comentador de libros y nada más, no solamente dudo: la duda es mi jactancia. Por ende, ahí donde él se afirma y afirma: “Si me tiran, tiro”, yo vacilo, trastabillo, me complico, me pregunto.

Si me tiran, ¿tiro? Mucho me temo que no. Si me tiran me agacho, me asusto, me orino, me despido; si me tiran grito, lloro, parpadeo, tiemblo; si me tiran me tapo los ojos, me tapo los oídos, me tapo la cara, me tapo; si me tiran me caigo, si me tiran me muero. Pero, ¿tirar? ¿Lo que se dice tirar? Me temo que no. Por empezar, porque no acostumbro a andar armado. Entre las armas y las letras, no elegí como el Quijote. Luego no tiraría porque la verdad es que no sé tirar. Bastaría con que me entregaran un arma para convertirme al instante en Juan Dahlmann en El sur, para al instante convertirme en Rosendo Juárez en Hombre de la esquina rosada. Por fin, tercer argumento, me inclino decididamente por evitar las balaceras en una camioneta cuando en el asiento trasero de esa misma camioneta viaja un niño de cinco años que, para el caso, es mi hijo. Prefiero en una circunstancia así ceder pronto mi camioneta. ¿Será porque no tengo una camioneta, ni podré nunca tenerla, que razono de esta guisa?

Si me guío por las definiciones que entregó Aldo Rico, debo admitir que no es por eso, sino muy por otra cosa. Rico ha sido en esto tan claro como vehemente: están los que tiran, como él, y están los que en cambio mariconean. La elección del verbo en lugar del adjetivo que era de esperar, se debe sin dudas al temperamento que es propio del hombre de acción. Que adjetiven los contemplativos y que digan “maricón”; el hombre de acción prefiere el uso de verbos: “mariconear”. Muy bien, entonces por lo visto yo debo pronunciarme así: “Si me tiran, no tiro: mariconeo”.

Me viene ahora a la memoria un juego de pintadas callejeras que pudo verse en Buenos Aires allá a fines de los años ochenta. Rico acababa de alzarse en armas para obtener de la democracia justo eso que precisaba y quería: la impunidad, la ausencia de justicia, la complicidad con el horror, la prolongación del miedo. También en aquel momento, en aquella Semana Santa o después en Monte Caseros, habrá dicho lo que ahora dijo: que si le tiraban, tiraba. ¿Habrá sido eso lo que tanto ralentó la marcha abotagada del general Alais? No es improbable. Como sea, en diversas paredes de la ciudad, no tardaron en aparecer pintadas. Pintadas que decían así: “Viva Rico”, porque no pocos argentinos llevaban dentro un enano fascista, y otros muchos un fascista que no era precisamente un enano.

Recuerdo que, para contrarrestar tales leyendas, hubo algunos que se ocuparon de agregar en ellas apenas un nombre: “Pedrito”. En vez de tachar, borrar o replicar, optaron por ese endoso. “Viva Pedrito Rico” se pudo leer por un buen tiempo en fachadas y murallones, en portones y en persianas, en el paisaje de la ciudad. Esta misma división del mundo que ahora viene esgrimiendo Rico: de un lado están los que tiran, del otro lado está el mariconeo, podría cifrarse tal vez en aquel duelo de grafitis, lanzada contra él con el sentido exactamente opuesto. Porque, ¿qué otra cosa, sino la delimitación precavida del mariconazgo, puede desprenderse en verdad de una hombría tan subrayada, del decálogo de la virilidad bien compuesta, de la lección incesante del macho cabal?

Rico funciona como un conversor de violencias en la cultura argentina contemporánea. Usó la violencia nacional para combatir a los ingleses, cuando peleó en Malvinas. Luego usó la violencia de cuerpo para combatir a la Justicia de una socialdemocracia que, aunque tibia, él sintió como comunismo, cuando se alzó contra los poderes constitucionales. Ahora usa la violencia del propietario para combatir al enemigo de la hora, que ya sabemos que es la inseguridad. Dijo a la prensa, en voz alta y claramente, que él no va a dejarse robar, violar, empujar. Unió las tres cosas, las vio parecidas, le resultaron equivalentes. Quien dice robar dice violar, quien dice violar dice empujar. Los demás, los que no tiramos, los demás, los empujados, ya sabemos por qué nos pasa lo que nos pasa. Nos pasa por maricones.



Ocho

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación depersonalidades.En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción;no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no meconvenzo de que me pertenezcan.

¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

Oliverio Girondo