jueves, 10 de marzo de 2011

Dentaduras

¡Bienvenido, Mario!

Por Martín Kohan | 04.03.2011|Perfil.com


      Ahora lamentablemente habrá que esmerarse en cortesías con el bueno de Vargas Llosa. Ahora lamentablemente habrá que poner especial cuidado en dispensarle gentilezas. Se ha vuelto al parecer más difícil hacer lo que yo creo que habría convenido: dejarlo venir, pronunciar su discurso inaugural en nuestra modesta Feria del Libro, y dejarlo partir por fin hacia su próxima feria y su próxima condecoración literaria. Quienes prefieran mantenerse más bien al margen del ejercicio de la sandez política, desoírlo; y pelearlo los que gusten de feroces polémicas.

Todo eso se ha vuelto ahora más difícil. Ahora habrá que ser esmeradamente amables con él; agasajarlo con carne argentina, llevarlo a bailar el tango y recordarle a cada momento que José de San Martín, el gran Libertador argentino, fue también Libertador del Perú. Cagarnos en sus declaraciones políticas es un plan que acaba de complicarse mucho. Se complicó también la opción de destrozar a pura pasión los agravios retóricos de su consabida opinología. Yo no creo demasiado en estos campeones de la libertad y la tolerancia: hay que ver los monstruitos que pueden llegar a brotarles de adentro cuando ciertos intereses empiezan a verse afectados. Pero es un error, y ese error fue ya cometido, dar el paso ofensivo a destiempo. Porque de ese modo se le obsequia al paladín de la contemporización galante la oportunidad de colgarse en su solapa todavía una medalla más: desde México, según acabo de leer, Vargas Llosa nos hace saber que no está molesto, que no está enojado, que no está ofendido.

Quienes fueron más papistas que la Papisa (que, en cambio, pescó al vuelo cómo venía la mano), ahora tendrán que mostrarse más papistas que este Papa: fingirse habermasianos, aunque les tire Jauretche, y debatir con Vargas Llosa con una mesurada sobriedad de diplomáticos, una que acaso les resultará tan incómoda, pero también tan indispensable, como el frac endurecido a los que tienen que viajar a Estocolmo para recibir un Premio Nobel. Somos los que deploramos los pareceres políticos de Mario Vargas Llosa los que ahora tenemos que esmerarnos más: nos obliga la circunstancia. Postrado en su cama madrileña por voluntad y por vocación, Onetti solía saludar a las visitas que llegaban a verlo con una exquisita disculpa de rigor: “Perdoná que te reciba sin los dientes, pero se los tuve que prestar a Vargas Llosa”. La verdad de escritor de Onetti se alojaba en esa frase no menos que la verdad de escritor de Vargas Llosa. Su sonrisa encantada es también encantadora. Como dice las cosas que dice, podríamos muy bien haber ofrecido a esa sonrisa los dientes recios de nuestro mejor gruñido. Pero ahora se nos puso más difícil, ahora hasta tendremos que sonreírle; aunque más no sea para quitarle la razón que cree que tiene con sus sermones de inspiración liberal y sus lecciones sobre conductas ecuánimes.

¿Qué les pasa? ¿No les sale? Es cuestión de practicar un poco. Prueben conmigo, hagan el intento: ¡Bienvenido, Mario, a la Argentina!

miércoles, 9 de marzo de 2011

Quiero escribir, pero me sale espuma!!

Intensidad y altura

Quiero escribir, pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.

Vámonos! Vámonos! Estoy herido;
Vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

César Vallejo - Poemas humanos

viernes, 4 de marzo de 2011

Mas sobre filósofos y gatos

Qué suerte excepcional la de ser un sudamericano y especialmente un argentino que no se cree obligado a escribir en serio, a ser serio, a sentarse ante la máquina con los zapatos lustrados y una sepulcral noción de la gravedad–del–instante. Entre las frases que más amé premonitoriamente en la infancia figura la de un condiscípulo: “¡Qué risa, todos lloraban!”. Nada más cómico que la seriedad entendida como valor previo a toda literatura importante (otra noción infinitamente cómica cuando es presupuesta), esa seriedad del que escribe como quien va a un velorio por obligación o le da una friega a un cura. Sobre este tema de los velorios tengo que contar algo que le escuché una vez al doctor Alejandro Gancedo, pero primero me vuelvo al gato porque ya es hora de explicar por qué se llama Teodoro. En una novela que se está cocinando a fuego lento había un pasaje que suprimí (en esa novela ya se verá que he suprimido tantas cosas que, como diría Macedonio, si suprimo una más no cabe) y en ese pasaje tres argentinos nada serios ni importantes discutían el problema de los suplementos dominicales de los diarios porteños y temas conexos en la forma siguiente: Tal vez ya se nombró a un gato negro; es tiempo de indicar que se llamaba Teodoro en homenaje indirecto al pensador alemán, y que el nombre se lo habían puesto Juan, Calac y Polanco después de prolijas glosas sobre los materiales literarios que algunas tías fieles les mandaban desde el Río de la Plata y en los que algunos sociólogos hechos más bien a dedo abundaban en citas del célebre Adorno, cuyo vistoso apellido parecían querer aprovechar literalmente cosa de que sus ensayos les quedaran padre. Se estaba en un tiempo en que casi todos los artículos de ese tipo aparecían constelados de citas de Adorno y también de Wittgenstein, razón por la cual Polanco había insistido en que el gato merecía que lo bautizaran Tractatus, moción mal recibida por Calac, Juan y el mismo gato que en cambio no parecía nada deprimido por llamarse Teodoro.
Cortázar y Teodoro

  Según Polanco, que era el más viejo, veinte años atrás y por razones análogas el gato habría tenido que llamarse Rainer María, un poco más tarde Albert o William —averigua averiguador—, y posteriormente Saint–John Perse (gran nombre para un gato, si se lo mira bien) o Dylan. Agitando viejos recortes de periódicos patrios ante los ojos estupefactos de Juan y Calac, era capaz de demostrar incontrovertiblemente que los sociólogos colaboradores en esas columnas debían ser en el fondo el mismo sociólogo, y que lo único que iba cambiando a lo largo de los años eran las citas, es decir que lo importante era estar a la moda en esa materia y evitar–so–pena–de–descrédito toda mención de autores ya usados en el decenio anterior. Pareto, mala palabra. Durkheim, cursilería. Apenas llegaban los recortes, los tres tártaros averiguaban enseguida de qué se había ocupado en esas semanas el sociólogo, sin que los preocuparan las diversas firmas al pie de los artículos puesto que lo único interesante era descubrir cada tantos centímetros la cita de Wittgenstein o de Adorno sin lo cual no había artículo concebible. “Esperá un cacho —decía Polanco—, vas a ver que pronto le toca el turno a Levi–Strauss, si es que ya no empezó, y entonces agárrense fuerte, pibes”. Juan se acordaba de paso que los blue jeans más prestigiosos en los USA eran fabricados por un tal Levi–Strauss, pero Calac y Polanco le hacían notar que se estaba saliendo de la cuestión y los tres pasaban entonces a investigar las últimas actividades de la gorda.


Mi Teodoro (y Evo de yapa.)

Lo de la gorda era propiedad casi exclusiva de Calac, que se sabía de memoria docenas de sonetos de la celebrada poeta y los recitaba intercambiando cuartetos y tercetos sin que nadie se diera cuenta de la diferencia, así como el hecho de que la gorda del domingo 8 tuviera dos apellidos y la del 29 uno solo no alteraba para nada la evidencia de que había una sola gorda que habitaba en diversas mansiones bajo diversos nombres y esposos, pero que de una manera que no dejaba de ser conmovedora escribía siempre el mismo soneto o casi. “Es pura fantaciencia —decía Calac—, en esos diarios están entrando en mutación, che, hay un protoplasma múltiple que todavía ignora que podría vivir pagando un solo alquiler. Los investigadores deberían provocar el encuentro nada fortuito del Sociólogo y de la Gorda para ver si se enciende la chispa genética y damos un terrible salto adelante.” Desde luego a Teodoro todo eso lo tenía bastante sin cuidado mientras le pusieran su taza de leche tibia al lado de la cama de Calac, que era el ágora donde se estudiaban esos problemas del destino sudamericano.

De La vuelta al día en ochenta mundos - Julio Cortázar.